«Tolerar una injusticia en cualquiera de sus formas, es una amenaza contra la justicia en todos lados.»
Martin Luther King Jr.
Hace varios años una madre confirmó lo que su instinto materno le decía desde hace algún tiempo, que el menor de sus hijos era gay. Como era de esperarse después de recibir una noticia como esta, entró en una etapa de decepción y depresión. En poco tiempo decidió tomar cartas en el asunto y hacer lo que ella consideraba mejor para su hijo desde su perspectiva de madre, hacerlo “entrar en razón”. Esta decisión transformó lo que alguna vez fue una amorosa relación en un desgastante estira y encoje emocional que poco a poco iba destruyendo el vínculo que aún quedaba entre ellos. Un día la madre le confesó a su hijo que su temor era que alguien lo fuera a discriminar, a ver de menos por ser gay. El hijo simplemente contestó, “tú has sido la primera que me ha discriminado desde el momento que no me aceptas”. Estas palabras resonaron fuertemente en ella, por lo que decidió buscar el consejo de su mejor amiga, quien después de escucharla atentamente simplemente le respondió, “en esta sociedad se requiere de mucho valor para aceptarse y no engañar a nadie, francamente tu hijo tiene mucho valor, como pocos hombres lo tienen”. La madre recapacitó al darse cuenta que esta actitud la llevaría a perder a su hijo para siempre. El hijo, al sentir el apoyo de su madre decidió incluirla nuevamente en su vida, volviendo a tener los dos una relación llena de amor y comprensión.
Qué lindo fuera que todas las historias terminaran así, pero desgraciadamente en la mayoría de casos en El Salvador esta no es la realidad. En nuestra sociedad la homosexualidad es todo, menos comprendida y aceptada. Hay quienes sí comprenden que las personas LGBTI* son seres humanos, con sentimientos, virtudes y defectos, como cualquier otra persona, sin más diferencia del género de la persona a quien aman. Esta falta de aceptación de parte de la sociedad lleva a que muchas personas vivan vidas de silenciosa desesperación. Muchos viven con temor de aceptarse a sí mismos por miedo al rechazo y a ser discriminados.
Pensar que esta es una “preferencia sexual” implica que las personas podemos decidir en el tema. ¡Nada más alejado de la realidad! Si en realidad fuera una opción, no comprendo porque alguien conscientemente escogería una vida en la cual es casi seguro que el miedo al rechazo, a la discriminación, a perder el derecho a la familia, los amigos o el trabajo será una constante día a día. El término “orientación sexual” es más adecuado, pues describe más acertadamente que las personas no tenemos una verdadera elección de a quien amamos. Vivir en constante temor de ser catalogado como ciudadano de segunda clase, que carece de ciertos derechos, no es algo que ninguna persona debería sufrir. Hay que recordar que tolerar una injusticia en cualquiera de sus formas, es una amenaza contra la justicia en todos lados. Todos somos iguales, sin importar raza, sexo, condición económica, religión, orientación sexual o cualquier otra diferencia que podamos imaginar, y al final todos buscamos lo mismo, ser felices.
En los últimos años hemos tenido avances como sociedad en la aceptación de estas diferencias y de la comunidad LGBTI, pero aún nos falta muchísimo trecho por recorrer. En muchos casos los hijos gay son aceptados con amor por sus padres, los amigos gay son queridos por sus amigos y los empleados gay respetados por sus jefes y colegas. Pero éste no es el caso para todos, por lo que antes de etiquetar o discriminar a alguien, preguntémonos si no estamos también lastimando sin darnos cuenta a un ser querido al que nunca hubiésemos querido herir. Es el momento de que todos podamos tener el derecho de ser felices y de vivir en una sociedad que acepte las diferencias como una virtud.