¿Cuántas veces hemos escuchado decir que alguien no es normal? Admitámoslo, no solo lo hemos escuchado, sino que también lo hemos pensado e incluso hasta lo hemos dicho, después de todo somos humanos y esto forma parte de nuestros sesgos inconscientes. Lo que rara vez nos preguntamos es qué significa esto en la realidad. Por lo general lo pensamos de alguien cuando es diferente a nosotros de cualquier manera, como por ejemplo cuando se comporta diferente, tiene diferentes costumbres, tiene una discapacidad, padece alguna condición médica crónica, pertenece a la población LGBTI, y así la lista puede seguir casi sin tener fin.
Pero el viejo dicho de que “la verdad se encuentra en los ojos del espectador” tiene mucha razón, y me pregunto, ¿cómo sabremos si somos nosotros los que no somos considerados como normales por los demás? Después de todo, en muchas ocasiones hemos sido nosotros los que hemos dejado de encajar con algún parámetro o estándar de la mayoría. (Francamente, no le creería a quien me diga lo contrario).
El problema del adjetivo “normal” es que tiene varias definiciones, todas correctas, pero también algunas contradictorias entre ellas mismas. Dependiendo de cómo lo utilicemos nos hará entender una cosa u otra completamente diferente, lo que nos puede llevar a grandes confusiones y así sucesivamente a terribles discriminaciones. Según la Real Academia de la Lengua Española, son dos las definiciones que más nos interesan para aclarar este tema: 1) “que sirve de norma o regla” y 2) “dicho de una cosa que se halla en su estado natural”. Quienes ven la sutileza entre estas definiciones pueden ver dónde se da la contradicción, pero también donde radica la aclaración, de lo que es o no considerado como “normal”.
Si usamos la primera definición, “que sirve de norma o regla”, por supuesto que todo lo que no sea parte de la mayoría no es “normal”. Acá, el parámetro a utilizar es simplemente que lo que no es parte del patrón común no es considerado como “normal”. Esta es la definición que la mayoría usamos de manera inconsciente, pues es la que hemos aprendido de las demás personas en nuestra cultura. Partiendo de esto, muchos creeremos que somos “normales”, y que todos los que no compartan los mismos rasgos de la mayoría no lo son. Pero, además, bajo esta óptica, cualquier persona que sea diferente, que tenga una discapacidad o que pertenezca a cualquier minoría, simplemente no es “normal”.
Pero esta es un arma de doble filo, pues siempre habrá por lo menos un elemento de cada uno de nosotros que no caerá dentro del parámetro de lo “normal” para los demás. Un ejemplo sencillo es que quizá usted en su país de origen sea considerada como una persona promedio con el mismo tono de piel, acento y costumbres que las demás, sin ninguna diferencia muy marcada, pero en el momento que usted vaya a otro país, aunque sea de turista, automáticamente se vuelve minoría y por lo tanto deja de ser considerado como “normal” por las demás personas en esa sociedad. Ahora le pregunto, ¿cuántos nos hemos sentido discriminados en algún momento por la más absurda de las razones? (Nuevamente, no le creería a quien me diga lo contrario). ¿Cómo se sintió?
Ahora, si usamos la segunda definición, “dicho de una cosa que se halla en su estado natural”, comprenderemos que todo lo que sucede en la naturaleza, independientemente de la frecuencia con la que se presente, y si nos gusta o no, es normal. Dicho de otra manera, es normal que existan personas que sean diferentes a nosotros, así de simple. Es normal que en una sociedad existan personas con discapacidad, que uno de 600 recién nacidos tenga Síndrome de Down, que entre el 8 y el 10% de la población sean personas LGBTI, que se presenten condiciones médicas crónicas, y así sucesivamente. Cuando al fin comprendemos esta sutil diferencia entre las definiciones, poco a poco vamos entendiendo que todos somos normales.
Tomando en cuenta esto, lo que no debemos hacer es confundir lo común con lo normal. Lo común es lo que más sucede (se repite) en una población, o lo que en estadística es conocido como la moda. Pero definir lo normal como lo común ha sido parte de nuestro entender por generaciones, y hacer el cambio de paradigma no es nada fácil. Pero si lo pensamos bien, esta definición no ha sido justa para nadie, ni siquiera para quienes han creído ser mayoría.
Esto nos deja con la segunda definición: normal somos todos, sin importar nuestras diferencias, estén basadas en género, raza, etnia, nacionalidad, edad, religión, discapacidad, condición médica crónica, orientación sexual, identidad de género, entre otras. Esta definición nos permite ver que lo normal debería ser que todos seamos incluidos en nuestras familias, trabajos y sociedades, sin miedo a ser discriminados, pues todos queremos llevar vidas plenas y felices.
Lo normal es que todos seamos diferentes, partiendo de la premisa que todos somos parte de la naturaleza. Pero aún más importante, recordemos que cada ser humano es un ser único e irrepetible y es ahí donde se encuentra la belleza de la diversidad y la normalidad.