Existen momentos en la Historia que marcan un antes y un después, algunos para bien y otros para mal. Después de éstos, el mundo como lo conocemos no vuelve a ser el mismo, ya sea porque éste cambió de manera radical o simplemente porque nos damos cuenta de que no era como lo imaginábamos. Estos momentos pueden ser tan grandes y esperados, como la caída del Muro de Berlín, así como pequeños y espontáneos actos, como una Rosa Parks negándose a ceder su asiento a un hombre blanco en un bus segregado. Al final del día no importa, pues es su impacto, no su tamaño, lo que perdura en el tiempo.
Uno de los últimos de estos puntos de quiebre ha sido la muerte de George Floyd, un hombre afroamericano que sufrió la brutalidad policial que se reserva casi exclusivamente para ciertas minorías en los Estados Unidos. Debido al exceso de uso de fuerza bruta, a la incapacidad de un oficial de empatizar con otro ser humano que le decía que no podía respirar, y al fatal desenlace que vimos, se han avivado nuevamente las llamas de la lucha en contra del racismo y la injusticia en todo el mundo. Estamos ante un nuevo punto de inflexión en que nos damos cuenta de que el mundo no es como quisiéramos que fuera.
Al igual que el mito de la caverna de Platón, donde las personas dentro de una caverna solo ven las sombras que se les presentan y por medio de ellas interpretan al mundo, la realidad en la que creemos vivir parece ser solo una ilusión. Pensamos (o queremos pensar) que el mundo es justo, en donde todas las personas son tratadas con dignidad y con igualdad de derechos. Pero la realidad es otra, a estas alturas de nuestra historia, la diversidad es todo, menos apreciada, respetada o mucho menos considerada como algo positivo por más personas de las que imaginamos.
Aún en sociedades donde se cree que estos valores son más aceptados, existe un problema sistémico, arraigado fuertemente y que se niega a desaparecer. Así lo podemos ver tanto en Estados Unidos como incluso en algunos países europeos donde han surgido grupos nacionalistas y xenófobos, que discriminan a todo aquel que sea diferente a ellos. Solo falta con viajar un poco, y ser perceptivo, para poder ver que aún en ciudades como Nueva York, Londres, Berlín o Paris existe esta actitud.
Ahora, si esto pasa en países más progresistas, comprometidos con la promoción, la defensa y la aceptación de la diversidad y la equidad, ¿cómo será en nuestra región latinoamericana?
Solo analizar los casos que se han vuelto visibles últimamente es quedarnos en la superficie del problema, sin siquiera llegar a las verdaderas causas que son la raíz. Es como querer entender una enfermedad terminal simplemente tomando la temperatura del paciente. Estas actitudes e injusticias vienen desde el establecimiento de nuestras sociedades.
En todo el continente, desde el norte hasta el sur, nuestras sociedades fueron fundadas en una base de desigualdad que fue el pilar de sus economías. Incluso al darse las independencias, con ideales de libertad, no todos fuimos iguales, pues siempre han existido personas de primera, segunda y tercera clase. Ahora: no nos confundamos, pues no me refiero a un tema de clases sociales (que sería tema de otro, y posiblemente muy extenso artículo), si no a uno basado en la raza, la etnia y el aspecto de una persona.
El problema es que esto se fue normalizando en nuestras sociedades hasta convertirse en una realidad incuestionable y sus efectos se pueden ver en diferentes aspectos de nuestro diario vivir. Una persona que tenga ciertos rasgos étnicos o raciales particulares va a enfrentar discriminación en la calle, en su trabajo, como cliente en ciertos negocios, ante la ley, y así en casi que en todos los aspectos de su vida.
Como todo problema, éste es uno sumamente complejo, pero para poder si quiera iniciar a entenderlo vale la pena familiarizarnos con dos conceptos: los sesgos inconscientes y las micro agresiones.
Sesgos Inconscientes (SI):
Los SI son los prejuicios que todas las personas tenemos y que no estamos conscientes de ellos. Son automáticos y provocados cuando hacemos juicios sobre personas y/o situaciones particulares. Es normal que todos los tengamos, pues son estrategias que nos pueden ayudar a tomar decisiones rápidas en situaciones complejas, siendo algunos ejemplos los sesgos de primera impresión, de confirmación y de afinidad. Éstos pueden ayudarnos en algunas situaciones, pero hay otros, como el sesgo de basarse en estereotipos que ayudan a perpetuar la discriminación.
Juzgar a alguien por su raza o etnia, o por cualquier otro elemento de diversidad, es basarse en estereotipos. Desde el momento que pensamos que alguien es o no un buen candidato para un puesto de trabajo, si es culpable o no de algún crimen, o dudamos de sus intenciones basándonos en un estereotipo estamos cayendo en este sesgo.
De más está decir que es un sesgo sumamente peligroso. En un estudio llevado a cabo en México con niños de 10 años, se les presentaron dos muñecos, uno blanco y uno negro, y se les preguntó cuál era bueno y cuál era malo, cuál era bonito, y cuál era feo. La respuesta de los niños fue rápida y sincera, pero nos deja mucho en que pensar, dado que todos coincidieron en que el muñeco negro era feo y malo, basándose solo en su color. La pregunta que debemos hacernos aquí es, ¿a dónde aprendieron a pensar así los niños?
Micro agresiones:
El sesgo de basarnos en estereotipos se presenta en nuestro día a día y ni siquiera nos damos cuenta. Pero para complicarlo todo aún más, entran en juego las micro agresiones, que no son más que comentarios, actitudes o acciones que de manera sutil, y muchas veces inconsciente, expresan un prejuicio ante algún miembro de una minoría.
En todas las culturas existen frases y dichos, que usamos casi a diario, y que creemos que no tienen ningún efecto o impacto. ¿Cuántas veces hemos escuchado a alguien decir “no seas indio” para indicar que alguien está siendo terco o tonto, “parece bajado del volcán (o cerro)” para referirse alguien que no tiene la educación esperada, que “trabaja como negro para medio vivir como blanco” haciendo alusión que pareciera que trabaja como esclavo, o “qué niño más lindo” solo porque es blanco y con ojos azules? ¿Si estas frases no causan ningún daño, entonces dónde aprendieron los niños del estudio mencionado a pensar que lo blanco es bueno y deseable y lo negro es malo e indeseable? ¿Vemos ahora el efecto e impacto que un simple comentario puede tener en la sociedad?
Ahora, depende de nosotros que el mundo cambie para mejorar, siendo así más inclusivo y equitativo para todos, no solo para algunos. No debemos esperar a que la discriminación sea tan absurda y grotescamente obvia para actuar. Siempre debemos aspirar a que todas las personas, sin importar el elemento de diversidad que presenten, se sientan valoradas, incluidas y con los mismos derechos y deberes que todos los demás. A veces podemos lograrlo con pequeñas, pero significativas acciones. Por mi parte, aunque sé que no puedo eliminar los sesgos inconscientes (pues psicológicamente están arraigados en el subconsciente), lo que sí puedo hacer es volverlos conscientes para evitarlos, obviando así también el uso de frases micro agresivas que tanto daño nos hacen a todos.