Todos somos iguales,
esencialmente porque todos somos diferentes…
De niños muchos tenemos la fantasía que los adultos son personas maduras, consideradas y justas, como si los valores del respeto, la inclusión y la equidad se adquiriesen de manera automática con la edad. Desgraciadamente, a medida que vamos creciendo nos damos cuenta que esto solo fue una ilusión y que la realidad es completamente diferente, y que, así como las personas adultas son capaces de grandes obras y actos de bondad, también pueden ser capaces de todo lo contrario. Muchos nos decepcionamos cuando crecemos y nos damos cuenta que el mundo de los adultos es muy similar al de los niños (si no es que corregido y aumentado), donde la exclusión de algunas personas es visto de lo más normal.
No deja de sorprenderme (y preocuparme) cuando en talleres de diversidad e inclusión hago la pregunta, “¿cuantos de ustedes se han sentido discriminados o excluidos alguna vez en su vida?”, pues la mayoría siempre levanta la mano o simplemente afirma con la cabeza. Es una realidad con la que vivimos día a día, los seres humanos excluimos, marginamos o estigmatizamos a otros basándonos en cualquier estereotipo imaginable, tal como raza, nacionalidad, edad, religión, apariencia física, preferencia sexual, género, discapacidad, y, tristemente, la lista puede ser interminable. La siguiente pregunta siempre causa un silencio incomodo en la sala, “¿recuerdan cómo se sintieron?”. El silencio en estos casos dice mucho más que mil palabras.
Esta sensación de exclusión y de rechazo algo es que no se olvida fácilmente, en algunos casos hiriendo a la persona de muchas maneras. La exclusión y el rechazo prolongado tienen muchos efectos en las personas, entre ellos la ansiedad, tristeza, depresión y una sensación de culpa. Esto a su vez puede tener consecuencias emocionales y físicas, tales como baja autoestima, depresiones crónicas, desórdenes alimenticios, el abuso de alcohol y drogas y, en muchas ocasiones, hasta el suicidio. No es de extrañarse que algunos de estos efectos incluso puedan durar de por vida. Es desconsolador cuando esto sucede en el mundo de los niños, pero es sumamente lamentable cuando ocurre en el mundo de los adultos.
Es por esto que trabajar por la creación de sociedades más inclusivas y que acepten a todos sus miembros es tan importante. Hay que recordar la premisa más básica, todos somos iguales, esencialmente porque todos somos diferentes, no hay dos seres humanos que seamos iguales. Y nuestra fortaleza como sociedad se basa precisamente en esto, en la complementariedad que nos damos los unos a los otros. Todos nos beneficiamos de esto, pero en particular las organizaciones al tener equipos de trabajo diversos que puedan resolver problemas de manera más creativa, atraer talento de primer nivel y contar con la intención de compra de clientes que sean parte de esta diversidad. Por si esto fuera poco, recordemos que todos tenemos el derecho de ser plenos, libres y felices.
En nuestra región este ideal pareciera ser una lucha contra corriente, pero siempre hay que recordar que el agua parte la piedra una gota a la vez. La pregunta es si usted está dispuesto a ser una gota que contribuya a lograr este cambio en nuestra sociedad, o ser parte de la piedra.